Espejismo.

                                                          

                    Espejismo                        

Maia no perdió el sentido de apreciar la vida desde una óptica diferente. Así que aprovechó la oportunidad que el Monstruo le brindó con aquel obsequio. Aunque le dio repelús al principio pensar que el plan podría fallar, más se atrevió a confrontarse contra todo pronóstico.

Tenía encima de su cama cientos de hojas imbricadas entre sí, de acuerdo a las sensaciones y la energía en que despertaba, se podía apreciar en los paisajes que dibujó. Ese día amaneció con nuevas energías, como si se emancipó la noche anterior y se deshizo de su otro yo (el débil). No supo cómo, pero empezó a elucubrar distintas salidas de aquel laberinto.

Desde que empezó a vivir allí, nunca supo si su hogar era un búnker o un sótano dentro de la misma casa, se le ocurrió pensar en las opciones:

  1. Si fuera un sótano, podría empezar a gritar sin cansancio hasta que alguien oiga cuando visitara a su captor, así sabrían que necesitaba ayuda.

    b, Si las paredes de aquel sitio eran herméticas o de pronto absorbieran el sonido, ¿tendrá sentido hacerlo? —se preocupó.

    c, Y…. ¿Si El Monstruo le hizo creer que solo lo era?

Aunque pensó en esas primeras opciones que podría materializarlos en planes, no obstante, se le ocurrió ser más estratégica. Confabularse con su captor y luego convertirlo en presa de su propia presa.

—¿No te molestaría si te digo papá? —fue la pregunta que le hizo.

Al hacerlo, vio en los ojos del Monstruo, un brillo iridiscente, ¡por supuesto que lo quería!, lo descubrió en cuanto la secuestró.

—Sí —tartamudeó aquel monosílabo.

—Entonces, desde hoy te diré papá y… si tú quieres, puede decirme “hija”.

Esa mentira rompía cualquier paradigma que podría existir entre otras que maquinó. Sin embargo, le salió tan bien que hasta ella misma se introdujo en aquel guion. Acto seguido, le enseñó sus nuevas obras y otras viejas que nunca le enseñó, porque carecía de concordancia. El Monstruo sonreía y alentaba a su hija adoptiva que siga haciéndolo, que él mismo podrá llevarla a los museos o a exponer su arte donde fuera.

¡Bingo!

—Me gustaría que nos reconozcan (conjugó en plural, para que el curso de la historia no se rompa), ¿te ves reflejado en algún escenario?, un hatajo de personas con sus cámaras, flashes, autógrafos —sostuvo, soñadora.

—Te prometo que tus sueños no serán interrumpidos.

Pero lo fue desde que la trajo allí.

Levantó la mano, dejó solo el meñique en forma de gancho y se lo enseñó, esto para pactar aquella promesa. Maia, no dudó y se entrecruzaron dedos para firmar aquel trato.

Arnaldo trajo cuadros, pinceles, óleos, lo que le sirviera para impregnar sus obras y enseñar al público. Maia pensó que él sería una especie de manager y viviría de la apariencia del engaño, haciéndose pasar por el artista, mientras que ella permanecería encerrada en su cuarto.

Pasaron dos años, tres meses, dos semanas, cuatro días para contemplar el rutilante sol. Se ahuecó la mano para utilizarlo como gorra y deambuló por el patio, hasta hubo trinar de pájaros y ardillas sobre las copas de árboles. Descubrió que era un búnker, alejado de la casa que recordó la vez primera que la trajo.

—No soy un ejemplo, pero puedo convertirme en un padre ejemplar —argumentó.

—Lo sé papá, sé cómo eras y quién puedes ser.

Él no supo si era una queja, un halago o algo simbólico. Solo expresó sus ideas y supuso que las cosas cambiarían.

Pero el chirrido de metal al abrirse, la despertó de aquel sueño en que creyó que de verdad ocurrió —Maia lloró demasiado.


           

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